QUIJOTE QUE VUELVE
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Te recluiste un día entre los libros polvorientos.
Las páginas ardían con historias de medievales caballeros.
Aquellos héroes son tal vez sólo quimeras de mentes literarias.
Pero nunca te importó la diferencia entre lo real y la ficción.
No querías la seca realidad.
Sin sueños.
Ambicionabas el fuego ideal. Que calcina lo mediocre.
¿Qué es la vida sin el deseo de cabalgar hasta las terrazas del sol?
¿Qué rostro puede hacerse humano sin bañarse en las aguas de un gran desafío?
Dejaste entonces a Quijano.
Y te ceñiste la armadura.
Elegiste tu blanco caballo.
Y al cabalgar dejaste detrás el falso y seguro dédalo de lo civilizado.
Junto al ritmo emocionado del galope, se tornearon las figuras de Sancho, y el frescor de los sembradíos de la Mancha, y el resplandor de Dulcinea.
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Y unos seres grotescos detuvieron tu marcha.
Sus hocicos eran móviles extremidades que giraban en círculos perfectos.
Una nueva y rara estirpe de dragones.
Que no se desgañitaban en llamaradas como los de tus novelas de caballería.
No conociste antes estos monstruos, quizá porque ellos te esperaban sólo a ti, para que los enfrentaras. Y derrotaras.
Y así fue.
Cargaste contra las criaturas malignas, las de las narices que giraban.
Y al atacar, Dulcinea fue tu luna en el trigo.
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Pero llegó el ocaso de la aventura.
El día en que apareció en tu camino Sansón Carrasco, el Caballero de los Espejos, el que derrotó tu ya agotada cabalgadura.
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Tu derrota quebró el arco iris.
Tu lanza desapareció, y se desvanecieron los castillos, el rumor de las cortes, de los caballeros y sus pajes, de las damas y sus trovadores.
Todos ellos vertieron sus últimas sombras sobre hediondos pantanales.
Concluyó el centelleo de las espadas y armaduras, la búsqueda solitaria de monstruos y tesoros en los bosques, la fatigosa aventura para agasajar a la mujer amada.
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El final estertor agónico, rasgó las cuerdas del laúd.
No más canciones sobre heroicos caballeros.
Ni nobles y valerosos combates.
Ni altos ideales volando como halcones entre vientos recios.
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Ya no más sueños.
No más deseos de nobles llamaradas en el pecho.
No más torres de dignidad hirviendo en los ojos.
Ya no más la rebeldía ante lo mediocre.
Ahora serías Quijano.
El moribundo que se resigna.
El que yacía postrado, con la lúcida conciencia del mundo donde triunfan y mandan los mercaderes.
Quizá por eso mueres Quijote, con el disfraz de Quijano.
Para no padecer este tiempo.
Que ya no quiere caballeros.
Que embistan contra los molinos absurdos.
II
Pero no aceptes la tumba que Cervantes, y los mercaderes, te encastraron en los comienzos de la miseria moderna.
No aceptes el consuelo de la lápida.
No aceptes la armadura aplastada bajo gigantescos pilares de cemento.
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Vuelve, regresa, Quijote.
Aquí estamos los que te acompañaremos.
Lo sé: somos pocos, muy pocos, los que no traicionamos.
Los que cabalgamos sobre los bordes de desfiladeros y laderas que trepan hacia lo arduo.
Por eso, por nosotros, vuelve, regresa.
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Te seguiremos.
Te seguiremos hasta el reino de las perdidas verdades.
Para después regresar.
Para retornar a nuestros modernos desiertos de vidrio y metal.
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Vuelve, regresa, Quijote.
Y te seguiremos para luchar contra las hemorragias que olvidan la furia de los dioses.
Contra todo aquello que olvida el poder creador de un artesano invisible, el sudor milagroso de la mujer parturienta.
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Vuelve, regresa, Quijote.
Y te seguiremos para rescatar el entusiasmo por la hierba, la intuición de los secretos, y la veneración de los arroyos, y de las tierras fértiles.
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Vuelve, regresa, Quijote.
Y te seguiremos aunque haya que soportar la soledad.
La soledad amarga.
La que se hunde como una daga en la garganta.
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Detrás de ti cabalgaremos, a través de templos abandonados y las cenizas de los libros.
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Contigo avanzaremos entre la indiferencia al amanecer.
Y el veneno entre los unos y los otros.
Y los poderosos que masacran a los indefensos.
Y el oro como único sacramento.
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Te seguiremos, Quijote.
Nosotros no seremos los que maten los pájaros
que vuelan hacia las cimas.
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Por eso, vuelve, regresa, Quijote.
Aquí estamos.
Contigo cabalgaremos.
Hasta convertir a cada molino de viento
en la niña que ríe frente al mar.
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Por Esteban Ierardo
Biblioteca Virtual temakel
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Lo lei y me encantó por eso lo comparto con Ustedes, ojala supiera expresarme por lo menos una milésima parte como lo hace el autor!!!!
Abu